Y se cerró la puerta.
Dejé todo lo que más quería atrás.
Todo fue muy rápido.
De repente.
No me dio tiempo ni a pensar.
Ahora me encontraba allí, sola, frente a un mundo nuevo y desconocido que me invitaba a empezar de nuevo.
¿Y si volvía a intentar abrir la puerta?
Hay veces que se puede volver atrás.
¿Y si intentaba recuperar cosas de ese mundo que tanto me gustaba y me había hecho tan feliz?
¿Servirían de algo en el mundo que me iba a tocar vivir ahora?
Me quedo quieta un rato.
Allí, plantada, mirando el pomo de la puerta relucir.
No lo voy a abrir.
Voy a girarme y a seguir andando.
Sin mirar atrás.
Hay miles de cosas nuevas a mi alrededor que desconozco.
Algunas me gustarán.
Otras no.
Sigo andando.
A lo lejos alguien me saluda.
No le conozco.
Es guapo. Me sonríe.
Me voy acercando.
De repente, un cristal.
Es una puerta con un pomo dorado.
¿La abro? No pierdo nada.
No le conozco, pero tampoco puedo volver atrás.
Esa opción ya la rechacé.
Abrir siempre es mejor que cerrar.
Intentar siempre es mejor que resignarse.
Avanzar siempre es mejor que retroceder.
Crucé la puerta y la cerré.
El chico me sonrió y me dio la mano.
Seguimos andando. Juntos.
Nos encontramos con otra puerta.
Esta vez, ninguno de los dos la abrió.
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