Las notas penetraban en mis oídos como
espadas afiladas.
Volver a oírle tocar el violín estaba
siendo más duro de lo esperado.
Los agudos chirriaban en mi cerebro y
no me dejaban pensar.
Después de tres años volvía a verle
en el escenario.
Era tan guapo...
Sus dedos se movían seguros por el
batidor. Recorrían las cuatro cuerdas de arriba a abajo con
decisión, firmes y potentes.
Estaba al final de la sala, todos
estaban en silencio. El recital estaba siendo un éxito.
No quería que me viera. Lo nuestro
había terminado hacía mucho tiempo, pero algo dentro de mi me
impulsaba a ir a felicitarle por su inminente graduación.
Me había hecho mucho daño. Nadie se
merece ser engañado. Pero ya se sabe, nuestra mente cae y recae una
y mil veces siempre en la misma piedra.
No había sido casualidad, había visto
en el folleto de la programación cultural su actuación y me había
organizado para verle.
Con la de cosas que tengo pendientes...
Pero allí estaba yo. De pie, embobada
detrás de todas las cabecitas y manos que aplaudían y asentían
ante la buena interpretación del violinista.
Fueron muchos años compartiendo
escenario. Muchas horas de ensayo, muchas frustraciones, alegrías,
pasajes imposibles, viajes de autobús interminables, nervios, nuevas
experiencias, nuevas amistades y montones de partituras
interpretadas.
Desistí. Requería demasiadas horas de
mi vida. Horas que a él no le hicieron falta e igualmente lo
consiguió.
Tenía un don. Los dones se tienen o no
se tienen. Es simple. El siempre lo tuvo. Yo jamás.
Tampoco me arrepiento. No me ha ido
mal. Incluso sé que mi vida siempre será más fácil y cómoda que
la suya. Ser músico profesional no es fácil y con la carrera
terminada ahora vendría lo más complicado. Que te paguen por
transmitir melodías.
Le deseo lo mejor.
La gente se puso de pie. El recital
había terminado.
En ese momento sentí una sensación de
vacío inmensa. El ruido de los aplausos retumbaba por la sala,
algunas personas ya abandonaban sus asientos y en cambio yo, me había
quedado quieta, paralizada, absorta en mis pensamientos sobre el
pasado. Mirándole a él. Mirándola a ella.
No aplaudí ni una vez.
Al escenario había subido una chica
morena muy guapa con un ramo de rosas rojas inmenso.
Eran sus flores preferidas.
Se dieron un largo beso delante de
todos.
- ¡No puede ser! ¿Desde cuando sale con otra?
Lo había dicho en voz alta sin darme
cuenta. Menos mal que con el barullo de la gente pocos me oyeron.
Se me caían las lágrimas mirándoles.
Aún estaba allí, plantada, al final de la sala viendo como todo mi
aferro al pasado se esfumaba.
Se me acercó un hombre, me miró, miró
al escenario y me dijo:
- Pasase lo que pasase entre tú y ese violinista, todo es pasado. Todo empieza y termina. Hay cosas, sentimientos o acciones que duran toda una vida. Otras instantes. No vivas del pasado. Crea tu futuro. Solo tú puedes hacerte ser feliz.
Y se fue. No lo había visto nunca. Me
dejo mucho más desconcertada de lo que estaba. Me sequé las
lágrimas y miré por última vez al escenario.
Estaba vacío.
Los recitales no duran toda la
eternidad.
Las personas tampoco.
Es lo que hay.
Suerte.
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