miércoles, 18 de septiembre de 2013

El recital de violín


Las notas penetraban en mis oídos como espadas afiladas.


Volver a oírle tocar el violín estaba siendo más duro de lo esperado.


Los agudos chirriaban en mi cerebro y no me dejaban pensar.


Después de tres años volvía a verle en el escenario.


Era tan guapo...


Sus dedos se movían seguros por el batidor. Recorrían las cuatro cuerdas de arriba a abajo con decisión, firmes y potentes.


Estaba al final de la sala, todos estaban en silencio. El recital estaba siendo un éxito.


No quería que me viera. Lo nuestro había terminado hacía mucho tiempo, pero algo dentro de mi me impulsaba a ir a felicitarle por su inminente graduación.


Me había hecho mucho daño. Nadie se merece ser engañado. Pero ya se sabe, nuestra mente cae y recae una y mil veces siempre en la misma piedra.


No había sido casualidad, había visto en el folleto de la programación cultural su actuación y me había organizado para verle.


Con la de cosas que tengo pendientes...


Pero allí estaba yo. De pie, embobada detrás de todas las cabecitas y manos que aplaudían y asentían ante la buena interpretación del violinista.


Fueron muchos años compartiendo escenario. Muchas horas de ensayo, muchas frustraciones, alegrías, pasajes imposibles, viajes de autobús interminables, nervios, nuevas experiencias, nuevas amistades y montones de partituras interpretadas.


Desistí. Requería demasiadas horas de mi vida. Horas que a él no le hicieron falta e igualmente lo consiguió.


Tenía un don. Los dones se tienen o no se tienen. Es simple. El siempre lo tuvo. Yo jamás.


Tampoco me arrepiento. No me ha ido mal. Incluso sé que mi vida siempre será más fácil y cómoda que la suya. Ser músico profesional no es fácil y con la carrera terminada ahora vendría lo más complicado. Que te paguen por transmitir melodías.

Le deseo lo mejor.


La gente se puso de pie. El recital había terminado.


En ese momento sentí una sensación de vacío inmensa. El ruido de los aplausos retumbaba por la sala, algunas personas ya abandonaban sus asientos y en cambio yo, me había quedado quieta, paralizada, absorta en mis pensamientos sobre el pasado. Mirándole a él. Mirándola a ella.


No aplaudí ni una vez.
 

Al escenario había subido una chica morena muy guapa con un ramo de rosas rojas inmenso.

Eran sus flores preferidas.


Se dieron un largo beso delante de todos.
  • ¡No puede ser! ¿Desde cuando sale con otra?


Lo había dicho en voz alta sin darme cuenta. Menos mal que con el barullo de la gente pocos me oyeron.


Se me caían las lágrimas mirándoles. Aún estaba allí, plantada, al final de la sala viendo como todo mi aferro al pasado se esfumaba.


Se me acercó un hombre, me miró, miró al escenario y me dijo:
 
  • Pasase lo que pasase entre tú y ese violinista, todo es pasado. Todo empieza y termina. Hay cosas, sentimientos o acciones que duran toda una vida. Otras instantes. No vivas del pasado. Crea tu futuro. Solo tú puedes hacerte ser feliz.
Y se fue. No lo había visto nunca. Me dejo mucho más desconcertada de lo que estaba. Me sequé las lágrimas y miré por última vez al escenario.


Estaba vacío.


Los recitales no duran toda la eternidad.


Las personas tampoco.


Es lo que hay.


Suerte.


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