Hola Pedro,
Releo la carta
que te envié el año pasado y parece que se empieza a ver la luz en esta
pandemia mundial que empezamos hace más de un año.
Lo que pasa es
que la raza humana no aprendemos.
Nos cuesta parar
y escuchar al planeta.
Y nos está diciendo
a gritos que bajemos el ritmo.
De nuestras
vidas, de la contaminación, de la mal entendida “libertad” de muchos…
Hace medio año me
hubiera centrado en la humanidad para intentar aportar de manera global, para
reflexionar sobre una sociedad en constante cambio, para explicarte que estamos
viviendo más sobre la marcha que nunca.
Pero no.
Voy a hablarte de
mí.
De mi familia.
De mis
sentimientos.
De cómo un 25 de
enero escuchas la palabra LEUCEMIA y todo se paraliza.
Porque es el
diagnóstico tu hija.
Porque con dos
años y medio va a vivir lo que otros muchos, ojalá, no viviremos jamás:
El camino de
erradicar uno de los cánceres con el tratamiento más largo que existe.
Y en ese camino
estamos.
En el de acompañar
a Abril en su nueva realidad durante los próximos dos años y en traer al mundo
y cuidar a la pequeña Arlet que se unió a la familia el 27 de febrero.
No te voy a decir
que está siendo fácil.
Pero te digo
sinceramente que está siendo menos complicado de lo que yo pensaba.
Mi diario
personal que comparto con el mundo (ya sabes que siempre he sido muy
exhibicionista, literariamente y fotográficamente hablando) hace que ordene los
acontecimientos, los pensamientos y las reflexiones de mi cabeza y de mi
corazón.
Porque no siempre
van de la mano.
Pero solo las
palabras pueden hacer que se lleguen a entender.
¿Sabes Pedro?
Gracias a la
leucemia he dejado muchos miedos atrás de la maternidad y de la vida.
Me he dado cuenta
de que los límites y los frenos los pone nuestra mente y que no vale la pena
preocuparse de aquello que no puedes cambiar.
Peor hay muchas cosas
que sí que podemos modificar.
Hay muchas cosas
que sí que podemos decidir.
Y en eso, ahora estoy
haciendo el máster de la carrera que viví hace diez años con mi padre y
contigo.
Porque parece
mentira que haya pasado una década sin verte.
Parece que fue
ayer cuando me descubriste el mundo.
Pero ya han
pasado diez años y nada es como era entonces.
Ya no soy esa
veinteañera que se enfrentó a la muerte por partida doble.
A veces te
recuerdo y sonrío.
Tan intenso, tan
frenético, tan imparable…
Y ahora… ¿Cómo
seríamos ahora?
Ahora somos
invencibles.
Porque la fuerza
mental que me aportaste y las experiencias vitales que me hiciste vivir, me
enseñaron a soltar, a compartir y a canalizar los sentimientos para ser y estar
mejor.
Cuando se rompe
el hechizo de un cuento de hadas a los 25, remontas.
Vuelves a
escribir otro.
Más tranquilo,
más pausado, más familiar…
De repente, a los
35 años, mientras en la trama está a punto de nacer otra nueva princesita,
aparece un hada malvada que invade tu casa, tus rutinas, tus planes, tus
expectativas y hechiza a tu hija mayor…
Solo te queda una
opción.
Seguir
escribiendo.
Y esta vez no lo
hago sola.
Lo hago con dos niñas
maravillosas.
Una emocionada de
la vida, imparable, incansable, insaciable, amante de la música, de los
cuentos, de la escucha activa y del cole.
Abril.
Una bebé bendita,
tranquila, pausada, que se duerme solita, que ha descubierto su dedo pulgar, que
sonríe, que da paz, que vino para hacerme ver que no hay dos maternidades
iguales.
Arlet.
Y un compañero de
vida.
Un príncipe.
Divertido,
creativo, pasional. Que igual te prepara una paella que te domotiza la casa.
Cabezota. Inquieto. Trabajador. Que se está sacando el máster en enfermería y
terminando los créditos que le quedaron de psicopedagogía infantil.
Jorge.
Porque está
viviendo todos los ingresos, todos los hospitales de día, todas las quimios,
las punciones, los aspirados, las ecografías, los jarabes, las tensiones, las
tiritas de los pipis, las transfusiones… Sin perder ni una pizca de su esencia.
Y seguir juntos
en la distancia es lo más complicado de todo esto.
En la salud y en
la enfermedad.
Qué fácil es de
decir.
Porque el
tratamiento de Abril es la inmunodepresión de los dos.
Es la
preocupación conjunta de compartir una experiencia vital transformadora.
Es la dificultad
de crecer juntos viviendo realidades diferentes.
Es aprender a
ayudarnos sin vernos, a escucharnos sin tocarnos y a aguantarnos sin rencores.
Nunca antes
habíamos estado tan lejos el uno del otro y al mismo tiempo tan cerca en
objetivos.
Nunca antes nos
habíamos necesitado tanto y al mismo tiempo nos las estamos apañando solos.
Palabras y
sentimientos reales.
Sinceridad y
empatía.
No hay pócima
mágica para romper el hechizo.
No hay besos de
amor verdadero que nos hagan terminar el cuento en una semana.
Solo lo podemos
escribir nosotros.
Los 4 que
formamos esta familia.
Con nuestras
vivencias.
Con nuestro
pasado.
Si de algo estoy
segura en estos diez años de aprendizaje y transformación sin estar a tu lado,
es que nunca desaparecerás.
Siempre hay un
recuerdo, una persona, un comentario, un objeto, un lugar… Que me recuerda que
sigues ahí.
Que físicamente
no estás viviendo con nosotros. Con todos los que te llevamos dentro. Pero que
tus partículas elementales (uno de tus libros preferidos) siguen nutriendo cada
una de nuestras células.
Cuídanos Pedro.
Sabes que yo aquí
abajo voy avanzando con todo lo que se ponga por delante.
Que soy feliz.
Que me siento
agradecida por, pese a que suene una locura, todo lo que nos está tocando vivir
y todo lo que nos está haciendo crecer.
Y lo único que te
pido es que no nos dejes.
No dejes que te
olvide nunca.
No dejes de
enviarme señales en mi día a día de lo que hace diez años fui contigo.
Porque ya sabes
que me encantan los cuentos.
Y aunque el
nuestro tuvo que terminar inesperadamente,
El mío necesita
de nuestra esencia para escribir un final feliz.
Por otras décadas
más de correspondencia universal.
Gracias por
ayudarme a vivir Pedro.
Siempre te
querré.
Rosa.
Gracias, Rosa. Por volver a hacernos llorar y sonreír. Por regalarnos aire y ganas de vivir. Por transmitir esa felicidad incluso en medio de la tormenta. Un año más, otra vez, cada vez más difícil pero siempre con más fuerza, demostrando que a pesar de todo, nuestro deber es dar algo para que el corazón tenga más fuerza y más motivos para latir, con más intensidad y empeño. Y gracias a estas cartas, por malo o peor que sea lo que venga, te juro que ahora y siempre nos aferraremos a la vida (bella, triste, cruel, extraña, dura, inexplicable... y buena, porque al final siempre hay algo que brilla y la hace buena). Porque se puede y se debe. Porque es nuestra obligación pasar por este mundo y dejar nuestra huella de haber intentado hacerlo un poquito mejor.
ResponderEliminarPedro, seguro, estará orgulloso. Abril en su futuro, que sin duda será ESPLÉNDIDO, también. Y lo vivido así, a cada bocado... eso nadie os lo podrá quitar. ¡Disfrutadlo todos!
Os deseo a los cuatro, hoy y siempre, sonrisas a espuertas, suerte a manos llenas, toda la salud posible, mares de felicidad y alegría... y aunque parezca imposible -de tanto como tenéis- más cariño. Siempre.
¡Mil besos y gracias de nuevo por demostrar que hay motivos!
Farrah M. Julià
Me encanta leer tus comentarios y me intriga no saber nada de ti.
EliminarCreo que en eso radica la magia de compartir y de aprender unos de otros sin que ni tan siquiera sepamos a quién vamos a llegar.
Seguiremos avanzando y disfrutando.
Gracias por tus palabras.
Pues apenas soy... un/una troll bueno/a. ¡O que al menos intenta serlo! ;-). Soy alguien que leyó "Menta y agua" y sintió empatía al ver su reflejo ahí dentro. Que comprendió que no era la única persona en el mundo que vivió algo así y se sintió así. Alguien que se vio morir pero pudo renacer. Una persona que está agradecida a la vida, a la buena y a la otra "aunque a veces duela". ¡Nada más y nada menos! ¿verdad? :-)
ResponderEliminarCuidaos mucho, todos. Y no desistáis, no os rindáis. Nunca.
Abrazos!!!
Farrah M. Julià