Nunca pensé que
la semana después de dar a luz iba a ser como fue. He leído bastante e
información no me falta para saber que no iba a ser una semana normal pero conociéndome
pensé que me afectaría mucho menos de lo que al final me afectó.
Naciste un
miércoles 9 de mayo a las 16,15 de la tarde. Mientras estabas en observación postparto (tú
también tuviste tu momento postparto…) mamá y papá guardaban el calostro del
pecho en una jeringa. Llegaste antes de lo esperado a la habitación y empezamos
el proceso piel con piel.
Primer bache. Y
ahora ¿cómo se da el pecho? Jorge va a
llamar a la matrona. Nos explica lo básico (que ya sabíamos) pero en la práctica,
que es totalmente diferente.
Cada pecho es un
mundo. Pezones, aureolas, boquitas, frenillos… a mí me tocó el grado de
dificultad superior.
Te cogiste muy
bien. Incluso a simple vista parecía perfecto, pero se supone que no debía
sentir dolor y mis pezones cada vez estaban más rojos y doloridos.
En unas horas
grietas. No sabía qué hacía mal. Y eso es desesperante.
Heridas de sangre
que se secan y deben romperse para que salga la leche en cada toma. Tomas seguidas
porque cada vez que lloras lo único que se te ocurre es acercarte al pecho…
dolor. Y al mismo tiempo placer de ver que te estoy alimentando y tu cara de
satisfacción aparece siempre.
Aceite de oliva y Pureland. Al cabo de unos días
me di cuenta que lo mejor es dejar el pecho al aire.
Menos mal que en
el hospital se dieron cuenta al día siguiente que las grietas salieron porque tenías
el frenillo de la lengua demasiado corto. Nada. Un corte. Es una zona no
sensible. Solucionado.
Lo de las grietas
me duró una semana y pico. Pero por fin, mis pezones vuelven a ser rosados.
Los dos días que
pasamos en el hospital fueron “tranquilos” ya que sólo vinieron a vernos
hermanos y padres. Y ya es suficiente. Entre que entra la auxiliar, la del
desayuno, la enfermera que cura los puntos, la que mide la temperatura, las que
limpian la habitación, el ginecólogo a ver cómo vas, otra vez la del desayuno a
llevarse la bandeja, la puericultora a bañarte… y yo, medio desnuda, mareada
porque se dice que parir es como hacer el esfuerzo de una maratón. (Yo creo que
no es para tanto, porque parir parí pero una maratón no creo que la hiciera)
pero el cuerpo es verdad que entre agujetas, puntos, un dolor intenso en el
coxis y que el día que das a luz comes más bien nada… pues los mareos me
duraron los dos días de hospital.
Una hora antes de
irnos a casa, después de comer el viernes 11, te hicieron la prueba del talón y
te pusieron los pendientes. No tenía claro si hacerte agujero o no pero luego
pensé que si no los hacía allí me costaría mucho llevarte a una farmacia a
verte llorar mientras los hacen.
Nadie te prepara
para llegar a casa con una criatura indefensa que depende totalmente de ti.
Tampoco para el altibajo hormonal que sufres.
Durante ese viernes
y todo el fin de semana no sabía dónde estaba. Creo que no sé explicar con
palabras la sensación que viví. Pasé del calostro a la subida de la leche. ¿Y
ahora qué? Tenía los pechos tan grandes,
duros, con los pezones agrietados y doloridos y la sensación de hacerlo
todo y no hacer nada que todo me superaba. La gente me escribía por el móvil y
yo no era capaz ni de tener un momento para leerlo.
La niña llora, no
puede mamar, es fin de semana, intento preguntar…
Debo masajear el
pecho para intentar ablandecerlo y que
puedas cogerte y succionar.
Solo tengo ganas
de llorar. Tampoco por una razón clara. Simplemente me caen las lágrimas. Si
Jorge me preguntaba cómo estaba aún me entraban ganas de llorar más.
Saturación. Pero
en realidad y viendo la situación con perspectiva, era una saturación mental y
hormonal.
Simplemente tenía
que darle pecho. Jorge se estaba encargando de todo lo demás. Pero en ese
momento la sensación es de saturación. De dónde me he metido. Y de devolverme
la estabilidad a mi cuerpo, por favor.
Por la noche, cuando
ya había conseguido darte de comer con “normalidad” empezó a sangrarme la nariz
sin parar.
Las tomas no eran
muy seguidas, cada 2-3 horas... e íbamos apuntando en una app “baby tracker” cuando comías, manchabas el
pañal, dormías y durante cuánto tiempo. Pensábamos que era importante. (Con el
estrés que supone estar con el teléfono apuntando cada dos por tres) menos mal
que cuando fuimos al pediatra nos dijo que mientras engordes no hace falta
tanto control. Dejamos de apuntar de inmediato.
Si las hormonas
no eran suficientes, no se sabe por qué ni cómo me salieron lombrices que
hacían las noches insoportables. Picores que se juntaban con la tirantez de los
puntos, el sangrado, las grietas de los pezones y el no saber cómo iba a ser
cada noche.
No entiendo lo de
las lombrices. Tuve de pequeña pero era algo que pensaba que ya no volvería a
coger… y tuvo que ser en el postparto. El médico me dio un antiparásito y en
unos días desaparecieron los picores…. Pero qué primeras nochecitas…
Y sí, después de
todo este descontrol, solo podía venir una cosa. La fiebre.
No era una fiebre
alta pero me dejaba agotada. No llegó a 38ºC pero creo que fue la manera de que
mi cuerpo decayera y volviera a resurgir.
Pasados esos
primeros 10 días todo mejoró.
Los puntos,
aunque alguno se ha abierto y se tiene que curar por segunda intención, mejoran
día a día, el sangrado es mínimo, la regulación de la leche se ha estabilizado
y, quitando de momentos en los que parezco una fuente milka, las tomas van a la
par de la producción de leche.
Las hormonas se
han calmado y me han dejado pensar con claridad, actuar con mentalidad propia y
empezar a disfrutar del cambio de vida que ha supuesto tu llegada.
No te diré que
ahora ya no hay nada complicado. En el fondo todo y nada lo es. Días más
agotadores, más tranquilos, momentos de risas, momentos en los que no sabemos
qué te pasa y lloras, segundos en los que ríes, segundos en los que haces
morritos, canciones a canon, John Brown,
Bon día, un tren petitó, listas de reproducción de spotify, cuentos con
sonidos y mucha, mucha paciencia y serenidad.
Hay que pensarse
dos veces la maternidad. Es bonito traer
vida al mundo pero hay que estar dispuesto y con fuerzas y ayuda para afrontar
todos los cambios.
Seguimos con la
aventura de verte crecer.
Continuamos con
el proceso de hacerte vivir.
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