En paralelo a
todo lo que te he contado se ha ido creando tu hogar.
Y es que parece mentira
que el destino haya sido tan caprichoso pero, desde que en enero decidimos cual
iba a ser nuestra ubicación han habido problemas con las tasaciones, líos de
financiación, dudas existenciales y un viaje a Japón entre medias. Todo esto
hizo que firmáramos una hipoteca y una escritura un 8 de agosto rodeado de
eclipses lunares, noches de risas en la playa y mucho, mucho papeleo.
Con llaves en
mano y miles de renders hechos por tu papá, que es muy obstinado y manitas con
todo aquello que le emociona, encontramos la imitación perfecta al micro cemento
en una fábrica al lado de casa.
Nunca una imagen
de internet había estado tan cerca como una tienda de construcción de toda la
vida en Almenara.
La serie Foster
integrará nuestro hogar.
Sabiendo lo que
conlleva terminar una casa por dentro, todo lo que hay que tener en cuenta y
que la mamá se embarcó en un carro el año pasado de responsabilidades, datos y
preocupaciones educativas y legales en la cabeza, decidimos quedar con un chico
que, no me digas por qué, me dio buena vibración desde el principio yerno de
una compañera de trabajo.
Tenemos claro lo
que queremos y cómo lo queremos pero con la dirección de un colegio ya tengo
bastante y no me apetece tomar las riendas de una dirección de obra.
Así que 25 de
agosto, después de vomitar todo el chino que comí con Vero y las cervezas y el morro que me hice con
Nere y Jose el día anterior y 37’5º de
fiebre, quedamos con Eliseo para concretar qué necesitábamos de él.
Algo raro me
pasaba. Sentía angustias y sudores. Me tomé una horchata pero desapareció de mi
cuerpo nada más llegar a casa.
Me tumbé en el
sofá pero la fiebre no paraba de subir.
Te anunciaste a
bombo y platillo.
Empapada de
sudores, en pleno 25 de agosto y con dos horas delirando en la sala de espera
de urgencias, pensaba que un virus o unas malas digestiones del día anterior
estaban haciendo mellas en mi cuerpo.
Gente poniendo
reclamaciones ante la impotencia de la enfermedad y la espera, mareos varios y
mucha, mucha agua.
Analítica de
orina.
Una hora más de espera.
39º de fiebre y una sala abarrotada de gente.
Resultados.
Médico sudamericana. Y la noticia. Ni reaccioné.
Un gotero de paracetamol en una sala llena de
recuerdos intensos que me hizo dejar el estado de delirio febril para darme
cuenta de que la cosa iba en serio y tú eras yo y yo siempre seré tú.
Llegamos a casa.
Terminé el
discurso que iba a leer en la boda de Mireya y Óscar y mi cabeza era un caos de
ideas y sensaciones al compás de un ensayo ya programado del trío de cuerda
formado por tu padre y amigos y que
tocaría en la boda. Ensayo en mitad de nuestra calle y yo sin poder brindar
champagne con los vecinos.
Esa noche supe
que iba en serio y que 2018 me traería otro carro y unas llaves para crear un
hogar y una familia unida. A la vez.
Porque si algo
nos enseña la vida es que nada se puede planificar.
Simplemente pasa
y debemos disfrutar de ello.
Atémonos los
cinturones. 2018 viene con curvas.
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