Nadie ni nada es
imprescindible. Pero cuando alguien o algo que siempre ha estado ahí desaparece
se nota.
Todos tenemos
nuestro lugar en la vida. En la nuestra, en la de los demás.
Somos nosotros pero también somos el hijo de, la
hermana de, el sobrino de… un sinfín de des que aumentan exponencialmente
cuando de repente desaparecemos.
La incertidumbre es más dura que la pérdida.
Perder transmite
una derrota que nunca podrá ser alcanzada por una mínima esperanza.
Porque es fácil aferrarse
a las mínimas esperanzas.
Luchar por causas
perdidas y dejar pasar el tiempo.
Y te vas
desgastando y todo se va desmoronando. Pero no llega la derrota. La
incertidumbre sigue creciente.
Y te ha tocado. Vas
degradando tu vida. Pierdes el apetito. Pierdes la esperanza.
Pero de repente
un mínimo rumor te la devuelve y vuelves a entrar en bucle.
Muy duro no
encontrar. Muy duro no dejar de buscar nunca. Muy duro gastar tu tiempo
buscando encontrar. Muy duro.
Todo tiene un
lugar en la vida. Todo objeto que llega a nosotros lo hace por algo más o menos
importante.
Cuando se pierde
algo superfluo no le damos importancia. Llegó igual que se fue. Nos sirvió
durante un tiempo y desapareció.
Pero hay objetos
a los que les otorgamos un peso especial.
Hay amuletos que
simbolizan la unión de un conjunto de recuerdos que con solo mirarlos te
devuelven a un instante irrepetible de tu vida.
Como un anillo.
Un anillo que
cayó en el fondo del mar y años después ha sido encontrado por una submarinista
que ha creído en el poder actual de las redes de la sociedad virtual.
El anillo ha
vuelto al dedo de un marido agradecido por poder mirarlo y recordar momentos
que años atrás le hicieron sonreír.
La hija de, la
hermana de, el sobrino de, o el amigo de sigue en la mente de todos los que por
desgracia les ha tocado dejar de vivir un poco de su vida para intentar encontrar
un poco de lo que esperan encontrar de la otra.
Suerte.
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