Miles y miles de burbujas.
Cientos y cientos de chiquitinas
bambollitas que se pegan a mi cuerpo y me envuelven.
Me encanta bañarme.
Reconozco que la ducha es mucho más
práctica. Aún así, no cambiaría mi bañera por nada.
Me encanta la espuma.
Siempre tengo un champú barato en el
baño que utilizo para echar unas gotitas mientras medio lleno (no
creáis que derrocho agua) la bañera.
Apago las luces y enciendo unas cuantas
velas.
Solo con eso el momento del baño ya se
vuelve especial.
Me gusta el agua caliente, muy
caliente.
Debo ser un poco masoca pero llega un
momento que incluso me quema.
Zambullirse en agua caliente con una
capa de espuma blanca es increíble.
Ya no existe más mundo.
La luz tenue de las velas crea un
ambiente amarillento y parpadeante que se difumina con el vapor del
agua que va empañando el espejo.
Me encantaría bañarme contigo.
Podría estar horas y horas con los
ojos cerrados envuelta en ese líquido espumoso al que llamamos agua.
Lástima que se enfríe.
Cuando los dedos están arrugaditos,
los poros totalmente dilatados y mi mente completamente relajada,
salgo.
Tengo una alfombra visco elástica. Es
una gozada pisar sobre ella. Me seco un poco.
Me gusta embadurnarme con aceite con
olor a frambuesas y champán nada más salir.
En el baño se mezclan un montón de
aromas deliciosos dignos de los mejores spas.
Mi cuerpo absorbe el aceite. Me seco
bien.
Es una lástima que no haya tiempo para
darse un baño así todos los días.
Es una pena que ya no lo podamos
compartir.
Es una mierda que ya no estés aquí.
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